Amazonas

Amazonas
Atardecer desde el barco, río Amazonas

jueves, 15 de diciembre de 2011

Volvemos con las andanzas

Fin de año, nuevamente volvemos a recorrer lugares insospechados, ahora toca el Amazonas, no se lo pierdan, desde el 28 de diciembre por este mismo canal.

Un abrazo a todos

miércoles, 19 de enero de 2011

Escala final, Perú

Ya en el aeropuerto de Lima nos dimos cuenta que los precios habían subido increíblemente en tres semanas, el motivo: el aumento en el precio de los carburantes; justo habíamos escapado de eso el 27 de diciembre en Bolivia, aunque allí se revirtió la decisión.

Nuestros amigos de Punto Jota e IES nos esperaban y, como siempre, se portaron excelente. Luego de visitarlos en la oficina, un grupo nos acompaño y guió por el centro de esta enorme ciudad de casi 10 millones de habitantes. Fuimos caminando desde cerca al parque de las aguas hasta la Plaza de Armas y el paseo Chabuca Granda. Por supuesto brindamos con nuestros apreciados amigos con un delicioso pisco sour para mitigar en algo el calor veraniego, no olvidamos que juraron llegar a Bolivia para el carnaval, los estaremos esperando.

Como sólo teníamos cuatro horas, tuvimos que irnos rápidamente al aeropuerto. Después de una hora de embotellamiento llegamos, y lo primero que vimos fue un grupo de bolivianos tendidos en el suelo de la terminal. ¿Cómo supimos que eran bolivianos? Porque en sus poleras decía Bolivia, estaban a cargo del Toro Sandi, y uno tenía el cabello rojo, amarillo y verde. Era la selección de fútbol que iba, como nosotros y la selección ecuatoriana, hacia Tacna, sede del campeonato sudamericano sub 20. Les deseamos suerte.

Como llegamos tarde en la noche ya no pudimos hacer la conexión en bus hacia Desaguadero, así que nos quedamos esa noche y todo el día siguiente por dormilones, aprovechamos para comer una parihuela completa (sopa de mariscos y cangrejo) y tomarnos dos litros de inka cola. Viajamos toda la noche y llegamos al amanecer a la frontera, revisaron nuestras mochilas y listo. Nos recibió un espectacular amanecer en Tambillo, con toda la cordillera Real de los Andes iluminada que sobresalían sobre el manto de nubes que cubría el altiplano.

Eso es todo... por ahora.

lunes, 17 de enero de 2011

Paralelo 0

En nuestros últimos días en Quito visitamos la Mariscal, la zona comercial más importante, caracterizada por sus centros comerciales y artesanales, restaurantes de comida rápida (Mac, Burger King, KFC, Pollos Campero, Pizza Hut) y de los otros, además de boliches, pubs, hoteles y agencias de turismo al por mayor. También fuimos al edificio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), donde tuvimos excelentes contactos académicos.

La mitad del mundo, más o menos a unos 20 kilómetros al norte de Quito, es un pequeño pueblito donde está el famoso monumento que marca, desde el paralelo cero, es decir desde las mismísima línea del Ecuador, los cuatro puntos cardinales. También existe un museo etnográfico, un planetario, una plaza de toros y un mercado artesanal y de comidas. La línea del ecuador pasa por el monumento, luego bajo una cúpula con eco donde la gente se la pasa gritando, y bajo una capilla, por todo el corredor hasta el altar. Además en el pueblito existen varios restaurantes de comidas típicas del país.

Bueno, hablando de comida, hay mucho parecido con lo que comemos en Bolivia, aunque también algunas marcadas diferencias. Entre las similitudes están los chicharrones (fritadas), humintas (humitas), ají de panza (guatitas), con ají entre picante y no tanto. Lo diferente - en algunos casos sorprendente - el caldo de patas que tiene por supuesto patas (de cerdo), una salsa de maní, palta y arroz, algunos dirán una mezcla explosiva, sí, tienen razón, pero estaba deliciosa; la cantidad asombrosa de mariscos y peces de mar (las razones son obvias, porque Bolivia no tiene maaaaaaaar); el acompañamiento en todo de platano frito en rodajas llamado chifle, y de palta (aguacate).

Disfrutamos mucho este viaje. Ecuador es un país diverso y hermoso, con gente amable y alegre, con muchos lugares para conocer (nos faltaron muchos), con una rica cultura y con unas ganas tremendas de crecer. Salimos un poco tristes por la despedida desde el aeropuerto internacional de Quito, pero con la esperanza de volver.


sábado, 15 de enero de 2011

Aguas termales a pies de un volcán

Fuimos a Baños que no son precisamente servicios higiénicos, mingitorios o cosas por el estilo (también fuimos ahí por supuesto pero no es el caso). Baños es una pequeña ciudad superturística a 4 horas de Quito y a los pies del volcán Tungurahua. Es conocida por sus aguas termales medicinales (de ahí su nombre), por sus hermosos paisajes y cascadas y por la temeridad de sus habitantes que viven temblando (literalmente) por los constantes movimientos, rugidos y explosiones de ese volcán.

Llegamos y nos ofrecieron un hotelito frente a la terminal que incluía un paseo de 4 horas a las cascadas en chiva (colorido camión adaptado con asientos y techo, además de música salsa todo el tiempo), todo por 9 dólares por persona.

Salimos en la ruidosa y divertida chiva. Pasamos por una gran represa y usina que genera electricidad para Ecuador y Colombia y llegamos a las primeras cascadas, dos que confluyen en el mismo lugar. Cruzamos sobre ellas en una tarabita, que es una jaula de metal, suspendida sobre el río de un cable a unos 80 metros, y accionada por un pequeño motor. Super. Salimos mojados por el agua de las cascadas, pese a que estábamos muy alto. El costo, un dólar.

Pasamos luego por otras cascadas que caían sobre el camino, como en el antiguo camino a Coroico, otras bastante caudalosas del otro lado del río (las mejores, El pailón del diablo y El manto de la novia). En un puente un numeroso grupo de turistas argentinos, chilenos y gringos se alistaba para saltar en bongi, costo 10 dólares.

Finalmente llegamos, pasando por varios túneles hasta un sendero administrado por la comunidad que baja hasta una cascada donde de puede hacer canopy (atravezar el río con un arnés colgado a un cable), sacar fotos y volver a trepar (en mi caso casi arrastrándome con mi tobillo torcido). Es increible como aprovechan turisticamente estos lugares, miles de visitantes por todo lado, señalización, restaurantes en el camino, hoteles, puntos de información, etc. En Bolivia (los Yungas, el Chapare, el Madidi) tenemos todos esos paisajes y atractivos pero no va ni la cuarta parte de gente.

Al volver a Baños fuimos a las piscinas de aguas termales, abren desde las 6 de la tarde y cuesta 3 dólares. Están, como no podía ser de otra manera, a los pies de una cascada. Hay cuatro piscinas, una recontracaliente, donde hay muchos viejitos con reumatismo y turistas argentinos apostando por quién aguanta más en el agua; una fría (refría) para meterse de rato en rato como parte de la terapia; otra tibia y grande para nadar, pero que solo funciona en el primer turno (de 5 de la mañana a 3 de la tarde), y una mediana y caliente (pero no tanto) donde casi hervimos por quedarnos mucho rato. Fue relajante y supuestamente muy curativa, la verdad mi tobillo quedó mejor ese día. Pasamos tanto rato ahí, que perdimos el paseo en chiva al mirador del volcán, pero como esos días estaba tranquilo, no se vio - según nos contaron - ninguna erupción o rebalse de lava.

La noche en Baños es bastante activa. Fuimos a la discoteca Volcano, donde las gringas borrachas hacían todos los merecimientos para salir en el programa Naked Wild On. Por supuesto decenas de chilenos y argentinos dando vueltas por las calles del centro, tomando vino o cerveza. Previamente fuimos a un kiosko de venta de caña de azucar y sus derivados, y pedimos un sanduche (que no es el emparedado, en Ecuador le dicen sanguche o sanduche), sino un trago de caña con guarapo y jugo de naranjilla, a un costo de 75 centavos en vaso grande. Con tres estás ebrio. Agradecemos el dato a la anciana señora, nativa del lugar, que conocimos en la piscina y nos contó sobre este elixir y las tradiciones de toda la provincia.

Volvimos a Quito al día siguiente, pasando por Pelileo, ciudad dedicada a la elaboración de jeans y Salcedo, dedicada a la producción de helados de colores. También por Ambato, ciudad parecida a Tarija, aunque más grande, y por un lado del volcán Cotopaxi.

lunes, 10 de enero de 2011

En la mitad del mundo

Viajamos toda la noche desde Atacames a Quito. A medianoche y en medio de la lluvia, los policías nos hicieron bajar del bus para una revisión total, debido a la inseguiridad ciudadana en la capital ecuatoriana que es tema de cualquier convrsación, noticiero y tapa de periódico.

Fuimos a la casa del amigo Freddy que con su esposa Susan nos trataron superbien, nos invitaron un delicioso almuerzo chino-ecuatoriano y nos dieron todos los tips para los recorridos turísticos. En la tarde paseamos por el centro histórico de Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, con su infinidad de iglesias, palacios, callejuelas y turistas de todo lado. Es muy lindo, con las paredes de las casas blancas, muy parecido a Sucre, pero más grande y señalizado. Fuimos a las iglesias de La Merced, San Francisco y Santo Domingo, a la plaza mayor, con el palacio nacional, la catedral y la municipalidad. Admiramos el arte colonial, los balcones y lo bien conservado que está todo. Por cierto, debe ser uno de los lugares más seguros de la ciudad porque hay muchos policías (nacionales y municipales) y está muy bien iluminado.

Luego subimos al Panecillo, una colina que se eleva en pleno centro de Quito, con un enorme monumento de la Virgen del Apócalipsis (alada y pisando una serpiente). Desde allí se puede ver la ciudad, el norte con sus avenidas modernas, aeropuerto y torres de varios pisos; el centro histórico con sus techos de teja y casas blancas, y el sur, con sus centros comerciales y barrios nuevos y populares. Debe ser como meter en un valle largo a La Paz (sin El Alto) y Santa Cruz. Sorprenden sus autopistas, pasos a nivel, puentes y distribuidores por toda la ciudad.

Volvimos al norte en trolebús, un bus doble unido por un fuelle y conectado a cables electricos. Tiene estaciones de cristal en medio de las avenidas cada 10 o 12 cuadras y un costo de 25 centavos de dólar, que incluye el bus que lleva desde la estación hasta sectores más alejados por diversas rutas. Nosotros hicimos correctamente la conexión, pero nos pasamos y llegamos hasta el barrio Comité del Pueblo, que dicen es muy peligroso, pero no nos pasó nada, es más comimos un seco de chivo delicioso.

sábado, 8 de enero de 2011

La playa

Atacames está a siete horas de Quito, el pasaje cuesta 8 dólares en bus. Para llegar tuvimos que hacer un viaje urbano entre la terminal de Carcelen, al norte, y la de Quitumbe, al sur. Como Quito es una ciudad relarga (laaaaaaarga), tardas como una hora, por autopista y sin tráfico.

Llegamos a Atacames y el conductor de un mototaxi (con carrocería para llevar tres personas y toda la mochilería) nos dejó en un hotel que me recordó al cuchitril de Coroico (hotel Las Palmas le decían) que tenía exactamente el mismo olor a madera húmeda. Este tenía forma de barco del Amazonas, sólo faltaban las hamacas y el ruido del motor. Salimos rapidísimo y nos fuimos a caminar por el malecón, lleno de vendedores de artesanías, helados, jugos y ceviches.

El primer atracón fue, por supuesto, con camarón, y casi todas las siguientes comidas. Sopa de camarón, espagueti de camarón, camarón apanado, camarón al curry, camarón que se duerme, cama-ron, camarón al ajillo, pizza de camarón, hamburguesa de camarón, anticucho de camarón. Todo de camarón. Delicioso pero cansador.

Tuvimos que tragarnos, por una coca cola y un paseo hasta el norte de la playa, todas las técnicas de venta del aparthotel Makana (sí, Makana), y perdimos una tarde valiosa de playa, sol y mar. Así que en la noche nos compramos un ron abuelo y dos aguardientes Zhumir (sabor melón), y nos emborrachamos en la playa, vigilados por los policías en cuadratrack y disfrutando la música de un boliche-cabaña lleno de colombianos/as.

Al día siguiente conseguimos un hotel decente, limpio y con vista al mar (todo esto es cierto), al excelente precio de 20 $us. la noche ¡por los tres! Así que decidimos quedarnos dos días más. Viajamos hasta una playa al sur, a unas dos horas, que se llama Mompiche. Hermosa. Es muy grande, no hay mucha gente (casi deshabitada), puedes recorrerla horas caminando, o hacerlo en caballo o en bici. Los pocos turistas eran pibes argentinos, cabros chilenos, pelados colombianos y algunos guambros ecuatorianos. Unos cuantos hippies y nada más. Lamentablemente tuvimos que retornar porque el último bus salía a las 4 y media de la tarde, y como es un lugar tan remoto no hubieramos podido volver a Atacames. Que pena que algunas cadenas hoteleras ya le hecharon el ojo al lugar, cerca ya hay un Decameron Hotel all inclusive, y se perfilan nuevas costrucciones que seguro le quitarán su encanto.

Viernes por la noche en la playa, ¿qué creen? Tomamos. Esta vez la playa estaba mucho más concurrida y se bailó de todo. Como la gente se iba poniendo alegrona con las cervezas y aguardientes, cada vez era más difícil seguir los pasos.

No me olvidaré jamás del ceviche de camarón que acompañaba una bandeja marina que tiene pulpo, calamar, pescado, arroz, platano frito, ensalada y, obviamente, más camarón; el banana boat, de donde salimos disparados tres veces y causante de mi macurca; las tardes de playa, el paseo en bote hasta la isla de Súa, con playa nudista incluida, y la bestia, una especie de banana boat cuadrada que es jalada por una lancha que te hace rebotar como en montaña rusa acuática, y de la cual también salí volando, dando una patada voladora a la muchacha colombiana que iba a mi lado (no entiendo como no la desmayé y como se mantuvo en el bote). Nos vamos hoy a Quito, absolutamente relajados, bronceados y algo cansados.

viernes, 7 de enero de 2011

Los andes ecuatorianos

Desde Tulcán hasta Otavalo son como 3 horas, el costo 5 dólares en bus. Llegamos en plena tormenta andina, así que decidimos quedarnos a pernoctar en un centrico hotelito a 5 $us. por persona, con baño privado y cable (barato ¿no?). Otavalo es la ciudad símbolo de los quechuas de Ecuador que visten muy diferente a los indígenas bolivianos. Las mujeres llevan faldas largas, hasta el suelo, de color negro con unas franjas blancas y blusas bordadas, las mayores tienen una especie de manta que la envuelven en su cuerpo o en su cabeza. Llevan muchas joyas, destacan los collares que dan muchas vueltas en sus cuellos y sus aretes. Los hombres, desde niños, tienen el pelo largo, muchos de ellos con trenza, esa es la forma de distinguirlos, porque sólo algunos visten ropas típicas (unos pantalones como de tarabuqueños y sombrero).

La ciudad es pequeña y acogedora. Tiene muchas construcciones nuevas, supermercados y tiendas de ropa fashion, nos explicaban que son resultado de las remesas de los otavaleños que viven en España. La diferencia está en su plaza de ponchos que es una feria enorme donde venden artesanias y tejidos de todo color, gusto y precio. Por los alrededores comimos tripas y otras delicias con una especie de pastel de papa y chicharrones.

Al día siguiente, luego de desayunar un caldo de costilla, nos fuimos al parque nacional Cotacachi, primero en bus hasta Quintana por 25 centavos y luego en camioneta (camionetita) por 4 dólares los tres, luego se paga el ingreso a 2 dólares por persona. Llegamos hasta la laguna Cuicocha que está a más de 3000 metros, lo cual sorprendió a una familia de franceses, aunque menos que cuando les contamos que cada uno de nosotros vivía entre 500 y 1000 metros más alto. El paisaje es espectacular, rodeada de montañas casi perpendiculares, en esta caldera de volcán se pueden ver las burbujas que suben con gases volcanicos desde las profundidades. En sus islas habitan cuis, zorros y armadillos, el paseo en lancha cuesta 2,25 $us.

Comenzó nuevamente a llover, así que no pudimos pasear más, como hubieramos deseado, así que emprendimos viaje hacia la playa. Nuestro próximo destino, Atacames.

jueves, 6 de enero de 2011

Pasto e Ipiales, carnaval en enero

El carnaval de Pasto es, como el de Oruro, patrimonio de la humanidad. Llegamos justo para el inicio y vimos el primer desfile que es de los pueblos del departamento de Nariño. Cada pueblo tiene su carroza y su reina, que va arriba acompañada por un cadete de la policía. Por atrás van bailado cumbia y otros ritmos típicos niños, ancianos, adultos, jóvenes uniformados, muchos de ellos borrachos, invitando aguardiente, echando espuma (que aquí se llama carioca) y gritando vivas a su tierra. Entre los grupos, uno de la zona andina entró con música de Los Kjarkas (y lentamente hasta la muerte...), que son ídolos en esta región. Fue la única ciudad donde nos decían cuando se enteraban que somos bolivianos: "de la tierra de los Kjarkas, que lindo pues"; en otros lugares nos decían: "de la tierra de Evo".

Durá una hora más o menos, luego pasan unos 100 jinetes y amazonas con sus caballos entrenados en el paso fino. En las plazas hay conciertos y baile, pero no nos quedamos mucho, pasamos a Ipiales, en la frontera con Ecuador, donde también comenzaba el carnaval.

En la plaza principal era el concierto de varios grupos de rock. Para entrar los militares te revisan todo, absolutamente todo. Tuve que dejar mi cinturón con hebilla de metal en una bolsa para poder ingresar. Pese a la llovizna y el frio la gente se divertía mucho pintándose la cara y echándose espuma, por supuesto tomando cerveza y aguardiente. Para no quedar mal nos compramos un par de aguardientes ecuatorianos sabor durazno... deli. Cruzamos la frontera alegres y conversadores y nos alojamos en Tulcán, a mitad de precio que en Colombia.

Al dia siguiente, luego de comer un sancocho (sopa con yuca y platano) y chicharrón, salimos a Otavalo, centro de la cultura quechua de Ecuador.

miércoles, 5 de enero de 2011

Recibiendo 2011

A mitad del paseo por el MIO decidimos bajarnos, pese a las recomendaciones de todos con quienes conversamos, en pleno centro de la ciudad y al anochecer. Era una tremenda feria, como la Uyustus o la Cancha en navidad, con decenas de miles de personas pululando, vendiendo contrabando, CDs piratas, fuegos artificiales, uvas, escobitas, pollos asados, manga con limón y sal, ropa, en fin todo lo que podrías imaginar. Por supuesto muchísimos carteristas y malentretenidos (jajaja), que por suerte no se percataron de nuestra presencia. Con la explosión de un cohete matasuegras, que hizo correr a más de uno, despertamos y nos fuimos apurados a la estación del MIO.

Como no pudimos comprar la cena de año nuevo, nos fuimos al enorme supermercado La 14. Allí nos enloquecimos y casi gastamos todo nuestro dinero en bebidas y comida. Al darnos cuenta del costo del pernil (como $us. 18.- la libra) que iba a dejarnos sin comer varios días, decidimos comprar carnes frias y dejar a la señorita envolvieno nuestro carísimo pedido. Igual pagamos mucho por la pata de elefante de aguardiente, los vodkas proparados (tipo Listo), el pan y los aderezos.

Llegamos al hostel, donde los huepedes ya llevaban unas cuantas copas encima, nos sumamos alegremente y terminamos de emborracharlos jugando cultura chupistica en 3 idiomas, y brindando al estilo tarijeño. Mourant, el frances, cayó ebrio al otro lado del jardín; Danielle, una gringa con peluca rosada, alias la pinky, vomitó todas las gradas, rompió los vasos y se durmió en la sala con la tele prendida. Junto a otros/as gringos, colombianos, japonesas, israelíes, franceses y daneses, festejamos las 12, con los fuegos artificiales que compramos en el centro, vino, champán, vodka, cerveza y whisky. Luego nos fuimos con los menos ebrios a un salsodromo, donde no dejaron entrar a algunos por tener bermudas, así que volvimos al hotel a completar la noche con cervezas.

El 1º de enero, con un chaki galopante, fuimos al zoológico para que nos vieran los animales. Nos vieron los canguros, los leones, las ranas venenosas, las cebras, las anacondas, los flamencos, los simios, los avestruces y los hijos de las familias de visitantes, entre otros animales salvajes. Luego subimos a San Antonio, el lugar más bonito de Cali, con su parque e iglesia en una loma desde donde se divisaba gran parte de la ciudad. En los alrededores existen pubs, restaurantes, cafés y heladerías en casitas antiguas ubicadas en calles estrechas y limpias.

Con los gastos añonueveros, no nos quedó más que despedirnos de nuestros asustados compañeros de hostel (por los papelones cometidos) e irnos a Pasto, al sur de Colombia, donde casualmente (¿o no?) comenzaría el carnaval a nuestra llegada.

lunes, 3 de enero de 2011

Cali pachanguero

Cali es una ciudad moderna, calurosa y ninguna de sus mujeres tiene trasero plano. Eso de que es la ciudad con las mujeres más lindas de Colombia no es un mito urbano, es totalmente cierto. Lo comprobamos en el festival de la salsa, en los centros comerciales, en los buses, en las calles, en todo lado.

Llegamos al hostel en la madrugada, y el recepcionista (se llamaba Alivio, Alipio o Alirio, nunca lo supimos a ciencia cierta) nos hizo esperar hasta las 11 de la mañana, porque no se enteró que nuestra habitación sí estaba reservada. En fin, aprovechamos para ir a desayunar a una de las cientas o miles de panaderías que hay en la ciudad y, creo, en toda Colombia. ¡Que manera de haber panaderías! Comí unos huevos a la benedictina, que son huevos pasados dentro de un pan gordo, delicioso.

Ya en la tarde fuimos al cierre de la Feria de Cali (nos perdimos la noche anterior el concierto internacional por no calcular bien los tiempos de viaje), un festival de salsa con los mejores grupos de la región. Fue en las canchas panaméricanas, donde pusieron tribunas y sillas en un espacio bastante grande, la entrada un paquete de arroz y un dentrífico para los damnificados por las inundaciones. Afuera kioskos con cerveza y comida típica nos tentaron, así que ciomenzamos con las primeras chelitas (a unos Bs. 10) y una bandeja paisa cada uno en oferta (cerdo, res, chorizo, platano, arroz, frijoles, ensalada y palta... para desmayar a cualquiera y a solo Bs. 75.- las tres, una verdadera ganga).

Entramos al festival. A medida que el aguardiente y la cerveza hacían efecto la gente se ponía más eufórica e intentaba pasos de salsa inéditos. Por nuestra parte hicimos lo que pudimos, mezcla de caporal, tinku, salsa y merengue. La gente entretenida y amistosa, jóvenes, adultos y ancianos) le daban intenso a los alcoholes, a nosotros mos resultaba muy caro (una sobaquera de aguardiente a unos 11 dólares), pero le dimos igual. Algunas señoras ya intentaban hacer el tubo - tubo, ante los aplausos y risas de la tribuna.

31 de diciembre. Fuimos a Chipichape, un centro comercial enorme, y al parecer único lugar en toda esta ciudad de casi tres millones de habitantes, donde cambiaban dólares. Ahí si el amuerzo nos salía caro, así que optamos por un ajiaco (sopa) y un pollo entero con plátano y papas ($us. 12.-). Luego nos subimos al MIO, el sistema de buses de la ciudad que con una tarjeta de 1500 pesos, un poco menos de un dolar te permite ir, volver, cambiar de rutas, sin salir de las estaciones (como el metro pero por las calles) y nos fuimos a conocer la ciudad.

Ya llegaba año nuevo, pero eso viene en el siguiente capítulo...

sábado, 1 de enero de 2011

Quito, frontera y Pasto

Llegamos a Quito en la noche y en plena tormenta. Es una aeropuerto dfícil de operar porque está en medio de la ciudad. Es como aterrizar en el Prado, a ambos lados están las laderas de la cuidad con barrios antiguos y nuevos.

El buen amigo Freddy nos esperaba y nos llevó a su casa a descansar (por fin camita). Temprano nos despertó para ir a la terminal del norte y salir rumbo a Cali. En lo que su esposa sacó del garaje el auto de su papá, para sacar el suyo que estaba adelante, le robaron el panel de la radio y la cartera. Ni dos minutos. Ni qué hacer, luego nos enteramos que botaron el bolso en una gasolinera y llamaron desde ahí para que recoja los documentos, por lo menos eso.

Tomamos el bus Andino ($us. 8.-) hasta Tulcán, la ciudad fronteriza con Colombia. Pasamos por Otavalo, Ibarra y otras ciudades y pueblos en las cinco horas de viaje. Es muy parecido a viajar por el Chapare por el verde de campo y en muchos lugares las construcciones de las casas. En el terminal de Tulcán tomamos un taxi ($us. 4.-) que nos llevó a Rumichaca (la mera frontera) donde muy amablemente nos atendieron tantro ecuatorianos como colombianos. El taxi nos dejó en la ciudad de Ipiales que es rara, las casas, como en las laderas de La Paz, no tienen fachada, sólo ladrillo.

En Ipiales tomamos el bus (viejo, con baño y asientos no reclinables) que por 25000 pesos, unos 14 dólares, nos llevó a Cali. Fueron como 10 horas en el micro. Desde la frontera hasta Pasto el paisaje es extraordinario, se parece mucho a la entrada a los yungas, con cascadas y bosques. En varios pueblos existen balnearios con piscinas que dan a la carretera y donde familias enteras disfrutaban. Lo primero que vimos en Pasto fueron afiches de Los Kjarkas, que actuó antes de navidad en el estadio.

De Pasto son como 7 horas màs hasta Cali, pasando por otra ciudad grande que es Popayán. Llegamos a las 3 de la mañana a Cali, sorpresa, no teníamos la dirección del hostel...