Atacames está a siete horas de Quito, el pasaje cuesta 8 dólares en bus. Para llegar tuvimos que hacer un viaje urbano entre la terminal de Carcelen, al norte, y la de Quitumbe, al sur. Como Quito es una ciudad relarga (laaaaaaarga), tardas como una hora, por autopista y sin tráfico.
Llegamos a Atacames y el conductor de un mototaxi (con carrocería para llevar tres personas y toda la mochilería) nos dejó en un hotel que me recordó al cuchitril de Coroico (hotel Las Palmas le decían) que tenía exactamente el mismo olor a madera húmeda. Este tenía forma de barco del Amazonas, sólo faltaban las hamacas y el ruido del motor. Salimos rapidísimo y nos fuimos a caminar por el malecón, lleno de vendedores de artesanías, helados, jugos y ceviches.
El primer atracón fue, por supuesto, con camarón, y casi todas las siguientes comidas. Sopa de camarón, espagueti de camarón, camarón apanado, camarón al curry, camarón que se duerme, cama-ron, camarón al ajillo, pizza de camarón, hamburguesa de camarón, anticucho de camarón. Todo de camarón. Delicioso pero cansador.
Tuvimos que tragarnos, por una coca cola y un paseo hasta el norte de la playa, todas las técnicas de venta del aparthotel Makana (sí, Makana), y perdimos una tarde valiosa de playa, sol y mar. Así que en la noche nos compramos un ron abuelo y dos aguardientes Zhumir (sabor melón), y nos emborrachamos en la playa, vigilados por los policías en cuadratrack y disfrutando la música de un boliche-cabaña lleno de colombianos/as.
Al día siguiente conseguimos un hotel decente, limpio y con vista al mar (todo esto es cierto), al excelente precio de 20 $us. la noche ¡por los tres! Así que decidimos quedarnos dos días más. Viajamos hasta una playa al sur, a unas dos horas, que se llama Mompiche. Hermosa. Es muy grande, no hay mucha gente (casi deshabitada), puedes recorrerla horas caminando, o hacerlo en caballo o en bici. Los pocos turistas eran pibes argentinos, cabros chilenos, pelados colombianos y algunos guambros ecuatorianos. Unos cuantos hippies y nada más. Lamentablemente tuvimos que retornar porque el último bus salía a las 4 y media de la tarde, y como es un lugar tan remoto no hubieramos podido volver a Atacames. Que pena que algunas cadenas hoteleras ya le hecharon el ojo al lugar, cerca ya hay un Decameron Hotel all inclusive, y se perfilan nuevas costrucciones que seguro le quitarán su encanto.
Viernes por la noche en la playa, ¿qué creen? Tomamos. Esta vez la playa estaba mucho más concurrida y se bailó de todo. Como la gente se iba poniendo alegrona con las cervezas y aguardientes, cada vez era más difícil seguir los pasos.
No me olvidaré jamás del ceviche de camarón que acompañaba una bandeja marina que tiene pulpo, calamar, pescado, arroz, platano frito, ensalada y, obviamente, más camarón; el banana boat, de donde salimos disparados tres veces y causante de mi macurca; las tardes de playa, el paseo en bote hasta la isla de Súa, con playa nudista incluida, y la bestia, una especie de banana boat cuadrada que es jalada por una lancha que te hace rebotar como en montaña rusa acuática, y de la cual también salí volando, dando una patada voladora a la muchacha colombiana que iba a mi lado (no entiendo como no la desmayé y como se mantuvo en el bote). Nos vamos hoy a Quito, absolutamente relajados, bronceados y algo cansados.
Este Blog esta Buenazo!! BUENANANAZO!
ResponderEliminarDisfruta tu Travesia Mike!!