Amazonas

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Atardecer desde el barco, río Amazonas

miércoles, 4 de enero de 2012

La triple frontera y el drama haitiano

Viajamos durante 10 horas navegando el gigantesco río Amazonas desde Iquitos hasta Santa Rosa, frontera peruana con Colombia y Brasil. Lo hicimos en una lancha rápida que saltaba por las aguas a veces muy encrespadas del mayor río del mundo, el viaje trascurrió incluso con una verdadera tormenta tropical que evidenció la precariedad del barco, ya que rápidamente el agua empezó a ingresar por arriba y los costados, dejando a más de uno muy mojado.

A ratos el río se ensancha varios kilómetros y apenas se puede distinguir la orilla contraria. A ratos se divide en brazos y el ancho es más o menos el del estrecho de Tiquina en el lago Titicaca. De vez en cuando se ven aldeas indígenas o pequeñas poblaciones cuyos habitantes miran nuestro paso.

Santa Rosa es un pequeño pueblo con casas suspendidas en palos en previsión de las crecidas del río. Llegamos e inmediatamente nos ofrecieron lanchas para cruzar a Leticia, Colombia, o Tabatinga, Brasil. Fuimos a hacer migración y nos encontramos nuevamente con una decena de haitianos, entre ellos un grupo que había salido con nosotros en el mismo vuelo desde Lima a Iquitos, recordé que en la mañana una lancha llena de ellos salió minutos antes que nosotros.

Ya en Tabatinga la cantidad de hombres y mujeres de Haití era muy notoria, por el puerto, las calles, bajo la sombra de los árboles... Fuimos comprendiendo el tremendo drama de esta personas que perdieron todo en el terremoto y otros desastres naturales, incluyendo a sus familias. Ellas y ellos salen de Puerto Principe hacia Lima o Quito y de ahí hasta Iquitos para llegar a Tabatinga para intentar recibir una carta del gobierno brasileño para poder llegar a Manaus y si todo va bien a su sueño dorado, la Guyana Francesa, donde hablan su idioma y ganan en euros. Pero no lo logran, varios están varados meses en esta ciudad polvorienta y extremadamente caliente. La mayoría ha sido víctima de los traficantes y de ladrones durante todo el trayecto, por lo que no tienen a estas alturas nada para sobrevivir, excepto los que pueden turnarse para cargar camiones o vender periódicos (si es que ya saben algo de portugués), el resto solo esperar horas, días, semanas la ansiada carta. La iglesia católica habilitó algunos albergues y les proporciona algo de comida, pero no alcanza. Mientras en cada calle iglesias evangélicas compiten con su música, sus tremendas infraestructuras y sus alabanzas proclamando el retorno de Cristo y la bondad de sus feligreses, mientras en la esquina una niña haitiana ofrece sus servicios sexuales para por lo menos ese día, comer.

Estaremos un par de días aquí porque no alcanzamos al barco que nos tenía que llevar a Manaus, ya les iré contando lo que viene.

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